martes, 7 de noviembre de 2017

LA IMPORTANCIA DEL HORIZONTE

Es evidente que en los últimos años la palabra utopía se está viendo abocada a un gran desprestigio. Parece que no despierta el interés que antaño despertaba, que ya no es necesaria, convirtiéndose en sinónimo de objetivo imposible, descabellado. Así, en los últimos tiempos fue objeto de fuertes críticas, de entre las que destaca la de Karl Popper, quien en su libro La sociedad abierta y sus enemigos la vincula con el totalitarismo, la falta de libertad y la acusa de ser autofrustrante al imponerse metas irrealizables que, al mismo tiempo, dice Popper que no pueden ser las mismas siempre, es decir, que no puede existir una idea utópica intemporal de sociedad.

Pero, antes de nada, deberíamos preguntarnos qué es realmente la utopía, si tiene alguna utilidad. Etimológicamente dicha palabra proviene del griego y significa simultáneamente “no hay tal lugar” y “buen lugar”, es decir, hace referencia a aquello que todavía no existe pero cuya existencia es deseable. La formulación utópica por excelencia, al menos para Popper, es la que Platón dibuja en La República (esa ciudad ideal donde reina la justicia entendida como orden y armonía entre las partes que la componen) y que entendía como embrión de las “tiranías utópicas y totalitarias” que el filósofo austríaco conoció en vida. Tras ella vinieron muchas otras, como la utopía religiosa de San Agustín de Hipona o las renacentistas (ahí ubicamos a la famosa obra Utopía, de Tomás Moro). Ya en el siglo XIX nos encontramos con el socialismo utópico que surgió como reacción al incipiente capitalismo industrial, al que sometió a una crítica mordaz (que profundizaron sus “descendientes”, principalmente Marx, quien, recordemos, más que dedicarse a idear una sociedad ideal comunista se centró en estudiar y someter a una dura crítica al sistema capitalista), promoviendo luchas centradas en lo cotidiano sin dejar de lado sus metas más aparentemente inalcanzables. De esas luchas somos todos deudores, porque de ellas vienen gran parte de los derechos de los que disfrutamos en la actualidad, que no eran más que los “imposibles” de la época.

La relevancia de la utopía a lo largo de la historia es indudable. No es un invento de la modernidad, sino que lleva muchos más siglos acompañándonos en sus distintas formas, aunque es bien cierto que nos sería imposible entender la modernidad sin ella, especialmente la historia contemporánea, que lleva dicha palabra marcada a fuego. Pero hoy en día, como dije al principio, no queremos oír hablar de ella e, instalados en la comodidad que nos produce la aparente imperturbabilidad de lo establecido, de lo conquistado, exigimos únicamente certezas creyendo que todo es para siempre. Así, en la posmodernidad en la que habitamos nos dice Zygmunt Bauman que no nos preocupamos de la utopía, que la hemos depositado en el basurero de la historia, porque ya vivimos en la utopía. Una utopía salvaje, atroz, bárbara: una distopía. Por un lado hay jardineros, quienes afanosamente cuidan el jardín, arrancan las malas hierbas y dejan crecer las flores más bonitas: son los utopistas modernos. Por otro lado hay cazadores, que sólo atienden a la caza, a un impulso depredador que los maneja y no les permite ni fijarse en el jardín en que viven ni pensar sobre el futuro del mismo: en este caso los protagonistas somos nosotros que, borrachos de abundancia y rodeados de un neoliberalismo insaciable, nos dejamos llevar por un individualismo feroz e inconsciente. Así, olvidamos el futuro, no nos interesamos por lo que vendrá más allá de las cortas fronteras temporales que nos trazamos, dejamos de lado el largo plazo centrándonos en lo inmediato. Por desgracia, las certezas se agotan: el silencio y la quietud se las llevan sigilosamente.

Dicho todo esto, surge la pregunta: ¿qué pinta la utopía en todo esto? Pues bien, mediante ella, antes que nada, asumimos nuestras imperfecciones, ya que tiene un valor crítico indudable: mientras nos orientan, las utopías nos empujan a no resignarnos con lo presente, a reflexionar y a mejorar nuestro mundo, a avanzar, a caminar. Cuenta Eduardo Galeano que una vez le preguntaron al cineasta argentino Fernando Birri para qué servía la utopía, a lo que él respondió: “la utopía está en el horizonte. Yo sé muy bien que no la alcanzaré. Que si yo camino diez pasos, ella se alejará diez pasos. Que cuanto más la busque, más lejos estará. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.” Como el horizonte, nos orienta, nos hace no sólo avanzar sino también saber a dónde avanzamos. Nos permite soñar, delirar por un momento, sin perder el pulso de lo que nos rodea. La utopía (cualquiera, porque no hay una, sino muchas, tantas como seamos capaces de imaginar) es, hoy más que nunca, necesaria para que abordemos los retos y desafíos con profundidad, sin ignorar el largo plazo ni tampoco, por supuesto, lo cotidiano. Pero estas utopías que necesitamos no deben centrarse como se centran los jardineros en arrancar las malas hierbas (que se lo digan a Bauman, que vio como muchas eran arrancadas a cuajo a su alrededor), no pueden ser verdades consumadas e innegables (“caminante no hay camino sino estelas en la mar”, que diría Antonio Machado), sino que, como el horizonte, han de cambiar a medida que caminemos (“caminante, son tus huellas el camino y nada más”), a medida que giremos la cabeza y nos pongamos nuevos objetivos, siempre para progresar (“al andar se hace camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”). Así, ante la distopía actual en la que dice Bauman que vivimos tenemos dos opciones: una, la más fácil de ellas, es resignarse y aceptarla; la otra es, en palabras de Italo Calvino, “buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio”. Esta vía requiere de grandes dosis de esperanza, altura de miras y, sobre todo, de una gran orientación (ahí es donde entra en juego nuestra amiga). Es la más difícil de todas, sí, pero, sin embargo, es la que nos ha traído hasta aquí.


Antonio Lorenzo González 2ºF

Bibliografía:
-"Popper contra el utopismo." La Grieta. http://lagrietaonline.com/popper-contra-el-utopismo/
-Metáfora de los guardabosques, los jardineros y los cazadores, Extracto de "Tiempos líquidos", de Zygmunt Bauman. http://uninstantedecaos.blogspot.com.es/2013/12/tiempos-liquidos-1-zygmunt-bauman.html

No hay comentarios:

Publicar un comentario