Estos días asistimos al intento de justificar un orden jurídico y
político en base a identidades culturales. La insistencia en una identidad cultural
con fines políticos suele presentarse bajo una doble máscara: mítica y utópica.
Las identidades míticas recrean su pasado histórico como una edad
de oro perdida, o bien como el desgarro de una injusticia cometida de la que se
ha sido, presuntamente, víctima. Cuando muestran su lado utópico, se proyectan
al futuro idealizado del que participarán todos los que se adhieran a él. De
esta manera, hay un fin identitario colectivo cuyo valor es superior al de los
individuos, por lo que éstos deben sacrificarse a él, porque el fin justifica
los medios.
Así de esta manera, las
personas son privadas de libertad y se les obliga a sumarse a una identidad
comunitaria común. El hecho de querer subordinar la ciudadanía a una identidad cultural,
nacional, étnica, lingüística, histórica, etc representa la negación de lo que significa la democracia
que busca la inclusión de todos; es decir, la integración de la pluralidad, el
pluralismo, no la exclusión de “los que no son como nosotros”.
Es preciso que seamos conscientes de que no se puede reducir
nuestras maneras de ser y relacionarnos, a una interpretación restrictiva de lo
que supuestamente “se debe ser”; quizás en vez de hablar de pluralidad de
culturas, como marcos cerrados, deberíamos hablar de una cultura humana de carácter plural, con conciencia planetaria global
de nuestra pertenencia al género humano.
Todos los sistemas culturales forman parte de la humanidad, por
ello son fruto de una evolución cultural polimórfica. No hay cultura que no sea
el resultado de una mezcla de culturas. Cultura es aquello que nos permite
adaptarnos al medio ambiente como seres humanos, por lo que nuestra identidad
es común, lo que compartimos en tanto humanos que somos. Hablar de identidades
que justifican modos de ser excluyentes, no resuelve problemas de convivencia,
solo la dificulta. No debemos olvidar que somos una especie cultural que se
dice de muchas maneras.
Os recomiendo este artículo: Por
qué nos iremos de Cataluña
Marco Hulsewe, empresario y expresidente del Círculo de Empresarios Holandeses relata su deseo de abandonar Barcelona ante la situación de exclusión que él y su familia están viviendo. Empieza así:
"En un ya
lejano 1995 vine a Barcelona como tantos otros expatriados. Contratado por una
multinacional alemana que después de un periodo de formación en EEUU, Países
Bajos y Alemania me mandaba a España.Para mí era la realización de un sueño
como hijo de madre asturiana y padre holandés poder por fin ir a trabajar a
España y encima Barcelona. Una ciudad que estaba recién instalada en el
estrellato mundial después de los mejores Juegos Olímpicos de la historia. En
esa España tan admirada en el resto de Europa y mejor ejemplo de las bendiciones
de la integración Europea.
Pasé por una
de las principales escuelas de negocios del mundo, la IESE, y me casé con una
violinista de Bilbao. Creamos una familia con tres maravillosas hijas. Con
sudor y perseverancia he ido construyendo mi propia empresa dedicada a las
finanzas corporativas, con cada vez más trabajo a nivel internacional. ¿Qué más
se puede tener?
4 de octubre
2017. Estamos reunidos con varios padres del colegio. Uno es abogado, otro
ingeniero, otro banquero y otro, directivo de una bodega catalana. Tema de
conversación: estamos pensando en marcharnos de Barcelona. Si sigue así la
situación nos vamos. Ya no me hablo con mi suegro. Me he peleado con el vecino
de la escalera por quitar un póster de Ómnium Cultural y me insultó por no ser
catalán. ¿Qué ha pasado?.."
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