jueves, 28 de septiembre de 2017

¿Es mejor sufrir la injusticia que cometerla?

      Es habitual que nos admire la capacidad que algunos oradores tienen para elaborar discursos no tanto por lo que de verdad se dice en ellos, cuanto por cómo lo dicen. En el mundo griego, la retórica era apreciada por su utilidad en la vida pública, y los sofistas la incluían como parte fundamental de sus enseñanzas en la pólis. En especial es recordado Górgias, como maestro en retórica al que Platón, dedica un largo diálogo, en el que hace debatir a Sócrates con Gorgias además de otros sofistas como Polo y Calicles. 
Platón, e imaginamos que también su maestro Sócrates, era reacio a este arte, que consideraba una perversión del buen decir que adula al auditorio más que lo convence, por lo que se pregunta aquí ¿qué es la retórica? en diálogo con otros sofistas como Polo y Calicles.

Fragmento.

“Polo.- ¿Cómo es posible, Sócrates?
 Sócrates.- Porque el mayor mal es cometer injusticia.
 Pol.- ¿Éste es el mayor mal? ¿No es mayor recibirla?
 Sóc.- No quisiera ni lo uno ni lo otro, pero si fuera necesario cometerla o sufrirla, preferiría sufrirla a cometerla.
 Pol.- ¿Luego tú no aceptarías ejercer la tiranía?
Sóc.-No, si das a esta palabra el mismo sentido que yo.
 Pol.- Entiendo por ello, como decía hace un momento, la facultad de hacer en la ciudad lo que a uno le parece bien: matar, desterrar y obrar en todo con arreglo al propio arbitrio.”
(Gorgias, 469b-c).

Gorgias y un esquema de este interesante diálogo



Por Susana Patiño González

La afirmación que da título a este artículo proviene de uno de los diálogos de Platón, el Gorgias. En este texto se narra el encuentro de varios personajes que discuten la afirmación de Sócrates, protagonista en el diálogo, quien afirma que padecer la injusticia siempre será preferible a ser el causante de la injusticia. Como sabemos, Sócrates es condenado injustamente y prefiere tomar la cicuta antes que dejarse convencer por sus amigos de violar las leyes de la ciudad para escapar de la sentencia. Con su muerte, el filósofo lleva hasta sus últimas consecuencias el precepto que conlleva su afirmación, cumpliendo en carne propia lo que en vida había estado transmitiendo con sus enseñanzas. Retomando esta discusión sobre la justicia, presentamos una recreación del diálogo a la luz de una época en la cual, colocados ante el dilema de ser injustos o ser víctimas de la injusticia, la mayoría de nosotros nos inclinamos a pensar y actuar en sentido contrario a las enseñanzas y ejemplo del filósofo.

¿Por qué sería mejor ser la víctima de una injusticia y no el perpetrador de la injusticia? Vayamos por partes. En principio podríamos alegar que cuando se es víctima de una injusticia la identidad personal en términos de integridad ética o moral no queda afectada; el “malo del cuento” sería la otra persona y no uno mismo. La acción injusta podría perjudicar los bienes materiales o incluso dañar la integridad física de la persona afectada pero su identidad moral quedaría incorruptible desde el momento que es la otra persona quien actúa mal y no la víctima. Por el contrario, quien procede de manera injusta, lastima y hiere inevitablemente su propia identidad moral, pues con su acción se convierte en un malvado, es decir en un ser despreciable. Para ponerlo en términos sociales, podríamos decir que la víctima de una injusticia puede merecer nuestra consideración y nuestra compasión, pero el perpetrador de la injustica sólo podría ser merecedor de nuestra reprobación y menosprecio.

Pero vamos a suponer que al injusto no le interesara en absoluto lo que terceras personas pudieran pensar o decir con respecto a su actuación y a su persona: que al injusto no le importara ser acusado de falta de integridad ética o ser objeto de reprobación moral o de menosprecio. ¿Por qué, entonces, tendría que abstenerse de actuar de manera injusta? Aún más, supongamos que el injusto tuviera garantizada de antemano una impunidad total para sus acciones injustas en términos de sanciones jurídicas o penales. 

En pocas palabras que no existiera ningún obstáculo en términos de consecuencias que lo pudieran disuadir de actuar injustamente. ¿Por qué, entonces, tendría que abstenerse de hacerlo? Supongamos más aún, y pensemos que nuestro hipotético injusto está exento de experimentar sentimientos de culpa o remordimientos por su acción sino que por el contrario, puede llegar sentirse orgulloso de sí mismo por haber logrado sacar ventaja de otro/s, por haber sido “el listo” que sacó provecho de la debilidad, torpeza o ignorancia ajenas. Desde el punto de vista del injusto tales flaquezas serían problemas del otro, ¿por qué, entonces, tendría que abstenerse de actuar de manera injusta?

Como contraparte la víctima no ha sacado provecho alguno sino que ha sufrido las consecuencias de la acción injusta. Ya mencionamos que la víctima puede merecer nuestra consideración y compasión; incluso podría hacerse acreedora de alguna compensación o retribución por el daño sufrido por parte de las instituciones o de terceras personas, pero el daño ya ocurrió y la víctima ya lo padeció o lo sufrió. En otras palabras, la víctima ya perdió algo mientras el injusto no ha perdido nada. Todo parece indicarnos, por lo tanto, que quien ha salido “ganando” es el injusto. ¿Por qué, entonces, tendríamos que dar la razón a Sócrates y habríamos de aceptar que es mejor padecer una injusticia que cometerla? 

En todo caso lo que habría que hacer es buscar la manera de que nuestra conciencia no nos molestara con remordimientos, de buscar la manera de asegurarnos impunidad cada vez que quisiésemos sacar provecho de quien “se dejara”, y que nos tuviera sin cuidado lo que la gente pudiera pensar o sentir con respecto a nuestras acciones injustas. Bajo tales condiciones, podríamos afirmar sin ningún problema que convendría más cometer injusticias que padecerlas y que Sócrates estuvo equivocado y murió estúpidamente.

Hasta aquí, nuestra conclusión parece apoyar y retratar de manera bastante atinada la moralidad reinante en el siglo XXI. ¿No sería bastante inútil apostar, por lo tanto, al desarrollo de competencias éticas? ¿Cómo convencer que ser personas íntegras y justas es mejor que su contraparte?, ¿Cómo salir del atolladero sin caer en la ingenuidad o el pensamiento utópico?, ¿Qué contra-argumentos podríamos presentar en favor de la justicia y no en contra de ella, como hasta ahora hemos hecho?, ¿Bajo cuáles argumentos podríamos alinearnos con la aspiración por la justicia que nos enseña Sócrates?

En primer lugar habría que considerar que el pensamiento ético no tiene ningún sentido si no se asocia con la vida política y social. Tanto Sócrates como Platón, y posteriormente Aristóteles, ahondaron en esta relación entre lo ético y lo político social. Vivimos en sociedad y la reflexión ética no puede estar al margen de ello ni verse reducida a una cuestión personal, mucho menos cuando se trata de la justicia, pues siempre se es justo/injusto con relación a otro/s. El “listo” que saca provecho de los demás, está ciertamente sacando ventaja material para sí mismo en el corto plazo pero inevitablemente está ayudando a construir una sociedad cada vez más deshumanizada y desigual en la cual él mismo tendrá que vivir. Desde una perspectiva individualista y de visión miope, la ventaja del corto plazo puede convertirse a la larga en una mayor desventaja para la humanidad entera, incluyendo la persona del injusto. Como ejemplo de ello podemos mencionar la reciente crisis económica así como los graves problemas ecológicos que actualmente nos afectan a todos. Los argumentos de la impunidad absoluta, y de la ganancia mayor, quedan así descartados para la acción injusta.

En segundo lugar habría que considerar que cualquier acción parecería poder justificarse desde un punto de vista subjetivo y arbitrario, es decir, en términos de los deseos o gustos individuales. Pero si queremos tomar la reflexión ética en serio es decir, como una actividad racional y deliberativa, no nos podemos dejar llevar por las apariencias o por una cuestión de gustos y tendríamos que buscar mejores argumentos. Resulta inaceptable decir que la injusticia es algo bueno cuando se está en la posición del perpetrador más no de la víctima para luego cambiar de opinión si existe el riesgo de que se puedan intercambiar los papeles al aparecer en escena alguien más injusto que el primero. En otras palabras, desde la argumentación racional resulta inaceptable decir que aquello que apruebo para mí no resulte aceptable cuando se aplica a otros y viceversa, que aquello que repruebo en otros, no sea reprobable cuando lo aplico a mí mismo. Este razonamiento transgrede el principio de universalidad que se expresa en la Regla de Oro, “No hagas al otro lo que no te gustaría que te hicieran a ti”, y en su sentido positivo, “Trata al otro como te gustaría que te trataran a ti mismo”.

En tercer lugar, y como conclusión de estas breves reflexiones, retomamos la cuestión de la identidad personal para relacionarlo con algo a lo cual nos referimos como madurez moral. En la persona adulta una identidad moral tan egocéntrica que sea incapaz de ver más allá de sí misma sería equiparable a la identidad moral de un niño menor de cuatro años. Este nivel resulta inaceptable para un programa que trata de de desarrollar las competencias éticas de estudiantes de educación superior. 

Promover la madurez moral significa prestar atención a los elementos cognitivos y psico-afectivos que la misma lleva implícitos; significa promover la capacidad de argumentar sólidamente las opiniones, de fomentar una identidad social para reconocerse en los otros y asumir las problemáticas actuales como propias. La madurez moral ha de tener como criterio orientador la idea de universalidad y como horizonte la justicia; la madurez moral implicaría desarrollar la capacidad no sólo para reflexionar sobre la justicia, sino para actuar de manera congruente con ella. El testimonio extraordinario de Sócrates nos ha legado una gran lección. Es poco probable que la mayoría de nosotros nos veamos enfrentados ante una situación tan extrema. Sin embargo, ante la complejidad de un mundo que genera injusticias día con día, es grande el cambio que podemos aportar si empezamos a pensar y actuar prefiriendo sufrir la injusticia que cometerla





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