Sexo y género en la construcción del yo
Somos seres sociales. Las
personas pertenecemos a comunidades, sociedades o culturas. En el transcurso de
nuestra infancia a la madurez aprendemos e interiorizamos los elementos
socioculturales de nuestro entorno. Durante este proceso de adaptación, aprendemos
a actuar y a pensar de acuerdo a las normas consensuadas de nuestra comunidad.
En relación a este proceso de aprendizaje, me centraré en la construcción y
visión que se adquiere de la categoría sexo y género.
Ya sea mediante el aprendizaje
académico (escuela, instituto, universidad) o
informal (grupos de personas cercanas o medios de comunicación), interiorizamos
los roles de las personas a nuestro alrededor y la perspectiva hacia ellos e
incluso, de nosotros mismos. Entre los aspectos que más nos definen se
encuentran el sexo y el género, dos clasificaciones que, erróneamente, se
suelen clasificar como iguales.
El sexo es un término puramente
biológico, es la descripción de nuestro organismo y cuerpo. Existen dos sexos:
masculino y femenino, cada uno de ellos caracteriza el aspecto morfológico de una
persona. Otra perspectiva ofrece la palabra género, el cual se refiere a un
término psicológico únicamente humano, define nuestra identidad y cómo nos
sentimos.
En la práctica, las
denominaciones de sexo y género muestran diferentes enfoques. Aunque vivamos en
el siglo XXI, nos encontramos todavía en una sociedad patriarcal. No importa
que el movimiento feminista llegue cada vez más lejos, y asuma como objetivo la
igualdad entre los sexos. Nuestra sociedad sigue siendo sexista, la lista de estereotipos
asociadas al sexo es muy larga, desde la forma de ser, la forma de actuar hasta la forma de vestir. Se
reconoce desde la infancia que el color definirá al individuo, habitación rosa
para la niña y azul para el niño, y se continúa con los juguetes, muñecas y
casitas para niñas y coches y juguetes bélicos para niños.
Debido a esta desigualdad hay que
cuestionar los géneros, no ser varonil o femenino, sino que no haya
ejemplos, que una mujer pueda ser
estable, fuerte y llevar la ropa que quiera y que un hombre pueda ser sensible,
tímido y ponerse los colores que él prefiera.
Esta crítica contra la
desigualdad es la base del movimiento feminista desde hace más de un siglo, han
logrado hasta la fecha resultados muy importantes, lo cual ha hecho que la vida
hace 100 años para las mujeres en el mundo occidental haya mejorado
enormemente. Sin embargo, no menciono este movimiento para resumir su lucha o
lo que aún queda por hacer en los ámbitos laborales y sociales tanto en el
mundo occidental como el oriental, sino que he notado que en los últimos
tiempos, el término feminista se ha generalizado a una causa hipócrita. La
razón de esta afirmación es que estos ciertos miembros feministas luchan con
persistencia contra los estereotipos femeninos, pero los masculinos no. Tal vez
sea causa de la ira contenida tras tantos siglos de ser las mujeres esclavas y
siervas de los hombres, lo que lleva a estas feministas afirmar estereotipos
como: son incapaces de hacer algo útil, son insensibles o nosotras somos más
inteligentes o capaces. Esta hipocresía continúa en los ámbitos de los medios
de comunicación, mientras critican a las compañías de vender el cuerpo femenino
como un producto, parecen olvidarse de los hombres. Porque una mujer en
lencería es sexista, pero que modelos masculinos tengan que estar sin camiseta no
lo es.
En la construcción de una visión
igualitaria para géneros hay que recordar que se trata de conseguir acabar con
la desigualdad y no culpabilizar a todo un género. Todos somos iguales. Para
eliminar los comportamientos machistas y sexistas, hay que asumir que como
seres curiosos que somos, que no somos un conjunto de ficciones culturales
normativas y además, todos, independientemente de cómo seamos, tenemos que tener
las mismas oportunidades y derechos en el ámbito laboral, las mismas
obligaciones en el ámbito familiar, y la
conciencia de tener la libertad de identificarse. Porque, detrás de clasificar género masculino o
femenino, todos somos personas.
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