La UE plantea leyes para los robots bajo la premisa de
que la tecnología evoluciona, pero los dilemas morales siguen siendo los mismos
Foto: Ricard Cugat |
Desde el monstruo de Frankenstein,
descrito por Mary Shelley, hasta el enigmático Golem de Praga, la literatura y
el cine están plagadas de fantasías sobre la creación de androides capaces de
actuar a merced de la voluntad humana. En cierta medida, la revolución 4.0 lo
ha conseguido. Drones, coches que se conducen solos y brazos articulados que
realizan complejas operaciones quirúrgicas teledirigidos a distancia son ya
habituales. La UE calcula que en todo el mundo hay 1,7 millones de robots y su crecimiento es imparable.
Tengan una forma más o menos
humanoide, los robots no son más que máquinas equipadas con sensores e
interconectadas para recabar datos: una simple ordeñadora puede ser tratada
como un robot. Nadie duda de que la nueva generación será más sofisticada y autodidacta.
Para afrontar los retos que estos ejemplares plantearán, los europarlamentarios
han llegado a la conclusión de que es necesario elaborar un estatus legal de la
“persona electrónica”. La socialdemócrata luxemburguesa Mady Delvaux ha
defendido la propuesta y la comisión de Asuntos Jurídicos del Parlamento
Europeo ha aprobado un informe cuyo objetivo es regular la inteligencia
artificial, crear un registro de robots e impulsar una agencia dedicada a estos
menesteres. Uno de los ejes pasa por dotar de un código ético a esta oleada de
máquinas listas, siempre bajo la premisa de que la tecnología evoluciona, pero
los dilemas morales siguen siendo los mismos.
Tengan una forma más o menos humanoide, los robots
no son más que máquinas equipadas con sensores e interconectadas para recabar
datos: una simple ordeñadora puede ser tratada como un robot. Nadie duda de que
la nueva generación será más sofisticada y autodidacta. Para afrontar los retos
que estos ejemplares plantearán, los europarlamentarios han llegado a la
conclusión de que es necesario elaborar un estatus legal de la “persona
electrónica”. La socialdemócrata luxemburguesa Mady Delvaux ha defendido la
propuesta y la comisión de Asuntos Jurídicos del Parlamento Europeo ha aprobado
un informe cuyo objetivo es regular la inteligencia artificial, crear un
registro de robots e impulsar una agencia dedicada a estos menesteres. Uno de
los ejes pasa por dotar de un código ético a esta oleada de máquinas listas,
siempre bajo la premisa de que la tecnología evoluciona, pero los dilemas
morales siguen siendo los mismos.
Europa no quiere
que con la robótica le ocurra lo mismo que con Internet: que la normativa ha
avanzado a un paso mucho más lento que la realidad. Delvaux parte de las tres
leyes que el escritor Isaac Asimov estableció en 1942, según las cuales: 1. Un
robot no hará daño a un ser humano ni permitirá, por inacción, que un ser
humano sufra daño. 2. Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los humanos,
excepto si entran en conflicto con la primera ley. 3. Un robot debe proteger su
propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con
la primera o la segunda ley. El informe asume que los robots son ya “una
realidad en expansión” y que es necesario abordar la responsabilidad, la
seguridad y la gestión de riesgos relacionados con su actividad. No será un
camino fácil. Expertos como el profesor de la Universidad de Oxford Niel
Bowerman ya han advertido de que “es posible que algunos avances de la inteligencia
artificial nos desestabilicen y que algunas naciones no se adapten bien”.Uno de los
aspectos más peliagudos tiene que ver con quién es responsable en caso de un
accidente. Amén de intentar cargarle el muerto al fabricante, se plantea que
los robots tengan un seguro obligatorio. Habrá también que hacer compatible la
seguridad y la protección de datos. Los robots no pueden funcionar sin un
intercambio de información, de modo que habrá que vigilar quién tiene acceso a
esos datos. Existe una dimensión económica no menos sensible: si los robots
acaparan los trabajos de los humanos, tendrán que asumir también algunas de sus
cargas. Por ejemplo, las tributarias.
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