jueves, 27 de febrero de 2014

¡Acuérdate!

El escritor Jordi Soler nos recuerda que
 deberíamos recordar siempre el campo de concentración de Argelès-sur-Mer 
donde sufrieron y murieron miles de 
españoles ahora que este continente
 es capaz de tratar tan cruel
e inhumanamente al inmigrante


La Europa mohosa
El País, 25 de febrero de 2014
 Hace exactamente 75 años, en febrero de 1939, había 100.000 ciudadanos españoles prisioneros en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer, en el sur de Francia. Estaban encerrados en un enorme cuadrángulo, demarcado por una alambrada, que ocupaba una hectárea de arena en la playa. Aquellos 100.000 desgraciados eran personas como usted y como yo, con un oficio, una casa y una familia que los esperaba en España. Cien mil personas son más de las que hay en una ciudad de las dimensiones de Girona o de Cáceres. Para tener la perspectiva completa de aquel episodio habría que sumar, a los prisioneros del campo de Argelès-sur-Mer, el resto de españoles que estaban encerrados en otros campos de concentración como Bram, Gurs o Saint Cyprien, y que constituían un gran total de 550.000 personas.
Aquella multitud había cruzado la frontera huyendo de la represión del Ejército franquista que, además de haber ganado la guerra, buscaba erradicar de España cualquier brote republicano o rojo, judío o masón, es decir, a cualquier persona que no se ajustara a los estrechos lineamientos del nacionalcatolicismo.
Aquellos 100.000 prisioneros del campo de concentración de Argelès-sur-Mer llegaron a esa playa en un mes de febrero especialmente frío, en el que la temperatura por la noche descendía, de acuerdo con el registro meteorológico de la época, hasta menos 10 grados centígrados. En el campo no había ninguna infraestructura, no había nada, ni barracas, ni letrinas, ni un rincón en el cual refugiarse, así que los prisioneros tenían que dormir por turnos, a la intemperie, en un agujero cavado con las manos en la arena, mientras uno de sus compañeros hacía guardia para despertarlos cada 10 minutos, y así evitar que alguno se quedara dormido mucho tiempo y muriera congelado. Tampoco había leña para hacer fogatas, pero algunos, para paliar el frío atroz, hacían hogueras con sus pertenencias, quemaban sus botas, sus gorras, sus cinturones, sus macutos.
En esas condiciones aquellos paisanos nuestros pasaron semanas, meses y algunos hasta años, encerrados en ese gran corral a la intemperie que estaba custodiado porspahis, soldados marroquíes del Ejército colonial francés, que llevaban una vistosa capa roja, montaban unos caballos bajitos de Argelia y tenían la orden de disparar contra cualquier español que tratara de brincarse la alambrada.
Las opciones para quedar en libertad eran muy pocas. Podía irse el que encontrara una familia francesa que pudiera hacerse cargo de él, o quien se inscribiera en el Ejército francés para pelear en la II Guerra Mundial que ya empezaba, o el que estuviera dispuesto a regresar a España y asumir la penalización que le esperaba. El resto se quedaba ahí, a sobrevivir como podía, a sortear las enfermedades que se expandían por el campo, neumonía, disentería, tifoidea, tuberculosis, tiña, sarna, lepra, todo complicado con las úlceras que producía en la piel el contacto ininterrumpido durante meses con la arena.
Setenta y cinco años después, porque este episodio ha sido extirpado de la historia oficial, hay todavía muy poca información de lo que pasó en aquel campo de concentración; lo que hay son testimonios de la gente que estuvo ahí y que se ha animado a contarlo. Pongo aquí un testimonio que tengo a mano, una imagen sumamente ilustrativa que escribió mi abuelo, que estuvo prisionero ahí: después de un temporal, con grandes olas, que inundó toda la superficie del campo, la playa amaneció llena de cadáveres. Sobre esa arena, de esa playa que hoy es un importante lugar de veraneo para las familias francesas, murieron cientos, probablemente miles, de españoles de frío, de hambre, de enfermedades desatendidas.
Cuando empezó la II Guerra Mundial, a los españoles que seguían ahí prisioneros se sumaron vagabundos, gitanos y judíos en tránsito hacia los campos nazis de exterminio.
A 75 años de distancia cuesta concebir el trato que dio el Gobierno francés a los exiliados españoles, aquellos campos de concentración constituyen una página oscura de la historia de Francia que ha sido, como he dicho, extirpada de la historia oficial; de la misma manera que en España ha sido extirpada la infame represión franquista. ¿Y qué hacían Europa, y las democracias occidentales, mientras aquellos cientos de miles de españoles agonizaban, despojados de su nacionalidad, en los campos de concentración? Miraban, con gran cinismo, para otra parte, todos excepto México, que no solo denunció lo que estaba sucediendo, sino que implementó un operativo diplomático para socorrer a los republicanos y, en muchos casos, ayudarlos a salir de Francia y ofrecerles una nueva vida en aquel país.
El episodio de los campos de concentración ha sido extirpado de la historia oficial, pero no el fermento social que lo originó y que hizo que los españoles fueran maltratados de esa forma, ese fermento que el escritor Philippe Sollers ha identificado como “la Francia mohosa”, ese grupo numeroso de gente muy conservadora, de derecha católica, aparentemente apacible pero en guardia permanente, que es percibida como gente normal, de orden y de familia, pero que odia, y todo el tiempo lo hace saber, a los extranjeros, a los musulmanes, a los judíos y a los chinos, a los artistas y a los homosexuales, y a todo lo que no sea fiel reflejo de ellos mismos.
Precisamente en esta temporada europea de viraje hacia la derecha, hacia el conservadurismo y el nacionalismo, no deberíamos perder de vista lo que pasó en Argelès-sur-Mer, porque el fenómeno de la Francia mohosa está extendido por todo el continente formando una Europa mohosa, que repele a todo el que no ha nacido dentro del espacio Schengen. Y desde luego que aquí tenemos también nuestra España mohosa, y tanto moho es la evidencia de que, de aquello que pasó hace apenas 75 años, no hemos aprendido nada, que aquel capítulo negro en la historia de Europa, en el que las víctimas fueron nuestros padres y nuestros abuelos, no ha dejado ninguna huella ni ha provocado ninguna reflexión. Europa, el continente de los derechos humanos, da un trato inhumano a los inmigrantes, ahí están esas imágenes escalofriantes, hace unos meses, de los cadáveres en la playa de Lampedusa, o hace unos días aquí mismo, en la valla de Ceuta. Parece que en el trato al inmigrante opera una siniestra simetría: tratamos al inmigrante con la misma crueldad con la que nos trataron a nosotros, en febrero de 1939. Los cadáveres moviéndose con el vaivén de las olas en la playa de Lampedusa son el eco nefasto de aquellos cadáveres que estaban, no hace mucho, sobre la playa de Argelès-sur-Mer.
Que un país como España trate con tanta crueldad a los inmigrantes es casi un sarcasmo, porque España se debe a sus emigrantes, a los españoles que se fueron de aquí y que diseminaron su lengua y su cultura en América. Gracias a esos emigrantes la lengua y la cultura española tienen una importancia capital en el mundo y, si no fuera por ellos, España y el español tendrían la dimensión, y la importancia, de Polonia y el polaco.
Ya en este siglo, el hijo de un prisionero del campo de concentración de Argelès-sur-Mer que, por un giro glorioso del destino, se convirtió en alcalde de la ciudad, puso un discreto monumento, una suerte de lápida en homenaje a los 100.000 españoles que estuvieron ahí en 1939; al final de la inscripción de este monumento dice de los republicanos: “Su desgracia: haber luchado para defender la Democracia y la República contra el fascismo en España de 1936 a 1939. Hombre libre, acuérdate”.

Ahí está la clave, en la palabra “acuérdate”. Tendríamos que tener ese campo de concentración permanentemente en la memoria, como referente, tenerlo siempre a la vista como a la estrella polar.

miércoles, 26 de febrero de 2014

La huella de los abuelos


      El pasado lunes 24 de febrero se presentó en nuestro Instituto Rosalía de Castro (Santiago de Compostela) la película documental La huella de los abuelos. Tuvimos la fortuna de contar con la presencia de su director y guionista Xosé Abad, del profesor de Historia Víctor Santidrián, y de Sandra García Rey, que participó en el guión de esta película, en la que se recoge el camino emprendido por un grupo de estudiantes de segundo de bachillerato del IES Adormideras (A Coruña), para conocer la historia de la generación de los abuelos, represaliados por la dictadura franquista, a través del testimonio de los hijos de José Villaverde, fusilado en A Coruña, y de Amada García, fusilada en Mugardos. 

     El testimonio de sus hijos, víctimas también, nos recuerda que no es posible repensar el pasado personal en singular, sin tener en cuenta la perspectiva social de la memoria. Una memoria que se dice de muchas maneras porque participa de muchos mundos personales. Recuerdo estos días cuando mi amiga Irina, a propósito del fallecimiento de mi madre, me decía que cuando una persona se va, se va un mundo con ella. Es verdad, cada uno de nosotros somos un mundo insustituible, en el que la temporalidad da sentido a nuestra existencia, y en donde el reconocimiento de nuestra identidad única e irrepetible, necesita de los otros para saber quiénes somos. Hay autoconciencia porque hay memoria y sólo puedo acordarme de mí, recordando a los otros, que a su vez, espero que se acuerden de mí. Yo soy yo y mi memoria, es la clave de nuestra identidad.

      De ahí la importancia de evocar, en el relato, la memoria de los otros, que cuentan para nosotros y que contribuyen, sin lugar a dudas, a afianzar el sentido de pertenencia, de cohesión e identidad que nos vincula necesariamente, a algo que a veces denominamos vagamente como Humanidad, pero que nos recuerda que no estamos solos, que nos necesitamos. Por este motivo resulta trágico, injusto, cruel e inhumano, el hecho de silenciar, por imposición, olvido o simple desinterés, esos relatos que rompen convenciones y falsas armonías, pues ocultan tragedias silenciadas. Hoy más que nunca necesitamos el testimonio del testigo. 

    Nacemos para ser, para dejar huella, de ahí el valor primordial  de esta propuesta documental, ya que ayuda a preservar esta huella, este testimonio, esta mediación. No podemos olvidar que el futuro no se logra, sino repensamos nuestro presente en función de nuestro pasado, tomar el pasado como regla del porvenir para evitar el olvido de los que no están con nosotros, y que merecen ser recordados con dignidad, pues dicho olvido es una muestra innegable de inhumanidad. Necesitamos recordar, aunque duela, pues por un lado es probable que el conocimiento de los sufrimientos pasados nos mantengan vigilantes frente a situaciones nuevas y sin embargo análogas; y por otro, porque que el recuerdo es un modo de luchar frente al poder de la barbarie.

Elena Gómez Gálkina




                                 http://www.apegadadosavos.eafproducciones.com/index.php/es/



domingo, 23 de febrero de 2014

In memoriam Nina Gálkina Gálkina

                                                                Publicado en el Blog de Valentín Carrera.
                                                                                          (22 de febrero de 2014)

         Él había llegado a Moscú con seis años, en 1937, en pantalones cortos, vomitando por la borda de un carguero desde Gijón a Londres, y luego en el buque Kooperatsia hasta Leningrado, tiritando y asustado, con sus cuatro hermanos y otros mil cien niños y niñas apartados de sus familias por la guerra.
Ella le esperaba creciendo feliz, guapa y sana en la dacha campesina de Voscresenk, a orillas del río Moskva, en cuyas orillas espejean los abedules, y su boca de fruta soñaba con el país de las naranjas, sin saberlo.
Emilio creció en la Casa nº 1 de Pravda, estudió con provecho, aprendió ruso, viajó a Crimea, Saratov, Ucrania, y se hizo un joven apuesto e industrioso.
También Nina creció, dejó la ribera de abedules, bajo cuyas raíces yacen los patriarcas, y en Moscú un día supo que las manzanas de oro que había soñado existían de verdad, pero venían desde muy lejos, y eran caras y escasas.
Como el destino ya había hecho sus planes, las coordenadas vitales del nieto de emigrantes ferrolanos y la hija de campesinos rusos se cruzaron una tarde de 1950 en la intersección latitud 55° 45N, longitud, 37° 37 E, en el punto exacto donde la primera mirada sabe que es para siempre.
Dos años después, Emilio y Nina se casaron y su banquete de boda fue un bocadillo, sentados en un parque de abedules. Bajo la lluvia, ella le confió que le gustaban las naranjas, él le prometió que tendría naranjas y cariño toda su vida, y cumplió su promesa hasta el final. Sus ojos decían la verdad: el galán de bigotito y la chica de largas trenzas han compartido 64 años, hasta el último aliento.

Ayer Nina regresó a la tierra; galán enamorado a su cabecera hasta el último minuto, Emilio. Ella se había despedido de sus hijos y nietos, entre ellos, mi amigo ruso-berciano, André, para quien hoy escribo. Se fue al lugar escogido, “¿qué te parece, Emilio, esta sombra de abedules para siempre?”. Al ir poniendo a su alrededor ramos de flores, como era su gusto, un avión sobrevoló respetuoso el cementerio de Liáns: me pareció que a bordo la mirada de Nina regresaba a Voscresenk, al punto exacto latitud Emilio Gómez, longitud Nina Gálkina, donde el amor es certeza.


In memoriam Nina Gálkina Gálkina, casada con un niño de la guerra, fallecida en A Coruña el 4 de febrero de 2014.





Más sobre la historia de Nina y Emilio:

Gracias amigo mío.
Elena Gómez Gálkina

miércoles, 19 de febrero de 2014

La homeopatía a debate.

¿Constituye la homeopatía una creencia justificada o no? ¿Es una ciencia o una pseudociencia?

Entendiendo por pseudociencias aquellas creencias carentes de base científica pero que son transmitidas como si de conocimientos científicos se tratase. Habitualmente entendemos que la Ciencia es un conocimiento sistemático logrado mediante un método basado en la observación, la experimentación y la formulación de teorías, siendo esencial para su avance el logro de una evidencia intersubjetiva comunicable en un lenguaje apropiado,según la disciplina científica de que se trate.

    En este sentido decimos que creemos en lo que las ciencias afirman, en la medida que son sistemas de conocimiento que nos ofrece razones justificadas, a partir de métodos contrastados con evidencia empírica. Otra forma de entender la acepción de creencia, supondría afirmar que creo "algo" en el sentido de considerar la creencia como la “aceptación de algo sin pruebas”.
    Ahora bien ¿Cómo distinguir las creencias justificadas de aquellas que no lo son?
Por ejemplo, hoy vamos a considerar la creencia en que la homeopatía puede curar. 
    La homeopatía es una forma alternativa de terapia muy discutida por la comunidad científica desde que en el siglo XIX fue formulada por el médico Samuel Hahnemann.

Este será el tema del próximo debate del próximo viernes  de la XIII Convocatoria de  Escépticos en el Pub.
Santiago de Compostela.
21 h en Kunsthalle.

http://eeep-compostela.blogspot.com.es/

miércoles, 12 de febrero de 2014

Yo, señores diputados, me siento ciudadano antes que mujer…


                                                      Clara Campoamor Rodríguez

                             (Madrid, 12 de febrero de 1888 – Lausana, 30 de abril de 1972 )


     Ayer en el hemiciclo del pleno del Congreso de los diputados de España, en urna y voto secreto, se votó una proposición no de ley, por iniciativa del PSOE, para la retirada de la reforma de la ley del aborto, que propone el gobierno del PP y que supondría la derogación de la actual ley que garantiza a las mujeres el derecho a decidir libremente su maternidad ateniéndose a unos plazos que marca la ley (libremente hasta la 14 semana de embarazo, y hasta la 22 semana si se aprecian malformaciones o está en riesgo la salud de la madre). De aprobarse dicha reforma, la interrupción del embarazo será un delito en España excepto en casos muy concretos.

   La diputada del PSOE, Elena Valenciano apeló  “a las diputadas del PP para que no voten como diputadas lo que no votarían como mujeres”. Su petición no tuvo el efecto buscado, pues aunque en las filas de diputados y diputadas del partido en el gobierno hay un soterrado rechazo a este cambio en la normativa - muchas voces expertas nos recuerdan que esta reforma supondría una regresión en las libertades civiles de más de 30 años- , a la hora de votar se impuso la disciplina de partido. Otra diputada del PP y vicepresidenta de la Cámara, Celia Villalobos, que manifestó anteriormente en distintas ocasiones que estaba en desacuerdo con esta reforma, sin embargo votó en contra de su retirada como se proponía en la votación porque, como manifestó, “no nos gusta que nos pidan ser traidores….”

     Nos encontramos con dos diputadas, de distintos partidos, que tiene en común su rechazo a esta reforma de la ley del aborto pero cuyos votos al respecto difieren. Sacad vosotros las conclusiones!!!

      Os traigo este debate, para recordaros -lo que  hoy oportunamente el doodle de Google me ha recordado-  el aniversario del nacimiento, hace 126 años de una política española defensora de los derechos de la mujer: Clara Campoamor, que protagonizó en ese mismo hemiciclo del que hoy os hablo un encendido debate en el año 1931, cuando merced a la República, España empezada a adentrarse, por fin, en la modernidad y la democracia, y cada vez más personas empezaron a pensar en nuestro país que toda la población debía gozar del derecho de participar democráticamente en la vida pública.

      Por entonces, hacia poco que las mujeres podían ser elegidas, pero no podían ser electoras. Clara Campoamor del Partido Radical y Victoria Kent, del Partido Radical Socialista, fueron dos de las primeras mujeres en obtener un escaño, votadas por hombres. Las dos eran feministas, entregadas a la causa progresista, pero ambas se vieron enfrentadas en un debate dialéctico sobre el derecho al voto de las mujeres sabiendo que eran mucho lo que se jugaban.

     Victoria Kent, a pesar de estar de acuerdo con las tesis sufragistas defendió que no era el momento de otorgar el voto a la mujer española, y para mostrar el sentido de este desacuerdo dijo: “Quiero significar a la Cámara que el hecho de que dos mujeres se encuentren aquí reunidas opinen de manera diferente, no significa absolutamente nada, porque dentro de los mismos partidos y de las mismas ideologías, hay opiniones diferentes (...). En este momento vamos a dar o negar el voto a más de la mitad de los individuos españoles y es preciso que las personas que sienten el fervor republicano, el fervor democrático y liberal republicano, nos levantemos aquí para decir: es necesario, aplazar el voto femenino (...). Señores diputados, no es cuestión de capacidad; es cuestión de oportunidad para la República (...). Pero hoy, señores diputados, es peligroso conceder el voto a la mujer". (Kent creía que influidas por la Iglesia, las mujeres votarían en contra de la República).

     Pero este argumento no amilanó a Clara Campoamor que defendió sus convicciones, con fuerza y tenacidad, levantándose una y otra vez de su escaño, para declarar que no había  ni razones, ni estrategias de partido, ni  oportunidades políticas capaces de negar tal derecho a las mujeres, por lo que proclamaba el derecho al voto femenino, independientemente de si les gustaba o no el resultado en las urnas, pues su argumento le parecía irrefutable: La igualdad de todos los seres humanos: "Tenéis el derecho que os ha dado la ley, la ley que hicisteis vosotros, pero no tenéis el derecho natural, el derecho fundamental que se basa en el respeto de todo ser humano, y lo que hacéis es detentar un poder; dejad que la mujer se manifieste y veréis como ese poder no podéis seguir detentándolo...".

     En las elecciones de 1933, votaron las mujeres, ganó la coalición de partidos de derecha y tanto Clara como Victoria perdieron sus escaños. Los partidos de izquierda le echaron la culpa a las mujeres y a Clara Campoamor. Posteriormente en las elecciones de 1936, Clara Campoamor quiso presentarse a diputada, pero ningún partido la quiso en sus listas. “Roma no paga a traidores”. La izquierda ganó pero Clara Campoamor quedó fuera del juego político partidista. Murió olvidada por todos en 1972 en Suiza.
Está bien que hoy todos la recordemos y nos planteemos algunas lecciones de nuestra Historia reciente para pensar nuestro presente.

     Aquí en este enlace podéis leer el impagable discurso de Clara Campoamor en las Cortes el 1 de octubre de 1931. Recordarlo cuando visitéis el hemiciclo o lo veáis  por televisión.

domingo, 2 de febrero de 2014

¿Hay vida en el Planeta Tierra?

Cuando nos preguntamos si “están las cosas vivas”, nos encontramos, para empezar, con una contradicción semántica, ya que la polivalente palabra “cosa”, la solemos utilizar para casi todo, menos para cuando haya que nombrar algo que esté vivo. Pero no es tan fácil dictaminar qué es la vida.
Para convencer a un biólogo de que algo es un ser vivo, basta con que ese algo nazca, se reproduzca y muera. Pero la vida no es algo tan sencillo si la miramos desde un enfoque ético y filosófico. ¿Acaso no somos igual que un gran ordenador controlado por un un disco duro (el cerebro) que envía impulsos nerviosos al resto del cuerpo? Quizás la Tierra no sea el único planeta con “vida”, a lo mejor, sencillamente, tiene una forma distinta de funcionar, en la que sus componentes (plantas, animales…) se mueven, se relevan cíclicamente con el paso de las generaciones, interactúan con el medio… Pero, al fin y al cabo, todo eso se reduce a una base física y química. Nuestras células están formadas por moléculas, igual que las piedrecitas que hay en Marte, Mercurio, Plutón…

Así que antes de preguntarse si las cosas están vivas, por qué no preguntarse: ¿Lo estamos nosotros? Claro que, hoy por hoy, centrarse en responder esa pregunta sería quizás un paso atrás. Necesitamos suponer que estamos vivos para dictaminar derechos, obligaciones, en definitiva, organizar nuestro mundo

Antonio Álvarez, 1ºbI Letras